19 de febrero de 2012

ENSEÑAR LITERATURA


"... Así que la memoria selecciona y poetiza el pasado, y convierte nuestra vida en una obra de arte. Cuando recordamos, la memoria nos está ofreciendo una lección magistral y práctica de teoría literaria, de manejo del tiempo imaginario.
Con todo esto podría pensarse que la pedagogía puede llegar a ser el asunto más sencillo del mundo cuando se conectan los contenidos con las experiencias de la vida, y cuando hay pasión, amor y sentido común. Y así debía de ser. Sin embargo, todos sabemos que el diablo dispone las cosas de otro modo.
El lector que Manuel es piensa a veces que la experiencia estética tiene mucho de revelación personal, y que en esa medida es intransferible y casi incomunicable. Y pone aquel ejemplo que aducía Tolstoi de un ciego al que intentaban explicarle cómo era el color blanco. Es como la leche, le decían. Entonces, ¿se vierte?, preguntaba el ciego. Bueno, digamos que es como el papel. Luego entonces, ¿cruje? No, no, digamos que es como la nieve. Entonces, ¿es fría?, inquiría el pobre ciego. No había modo de transmitir aquella experiencia elemental. El profesor que Manuel es, sin embargo, es menos tajante y piensa que, a pesar de todo, algo se puede hacer: si no enseñar literatura, sí poner a los alumnos en disposición de dejarse seducir por ella. Los dos, con los años, han ido sucumbiendo a la paradoja de que la literatura se aprende, pero no se enseña.
Pero luego viene la realidad con sus rebajas. Y la realidad es que un alumno medio de 3º de BUP o de COU lee silabeando y a trompicones, tiene dificultades casi insalvables para entender el editorial de un periódico, escribe con oraciones simples donde apenas aparecen otros verbos que "ser" y "estar" ( ¡acostumbraos a pensar con oraciones subordinadas, veréis cómo la realidad se hace también compleja ¡, les aconseja Manuel cansinamente a sus alumnos), su bagaje léxico es exiguo, quiere explicar algo y no le alcanzan las palabras. Pero, eso sí, cuando salga a la calle, o cuando llegue a su casa, los hechiceros de la cultura de masas, en complicidad con la mayoría de los ciudadanos, le tendrán preparado el desquite por medio de algún espectáculo con el que hace tiempo que no consigue conectar la cultura escolar. Lo que la escuela enseña, el mal gusto social lo niega y escarnece. De ser el gran consejero áulico, la vieja y noble cultura humanística, y también la literatura, ha pasado a desempeñar funciones de bufón, y a competir desventajosamente con los otros bufones que ha aportado la más ínfima cultura de masas. Como mucho le queda aún el pálido resplandor de lo que un día fue: es un bufón cuyos chistes plantean todavía enigmas, y cuyo fulgor estético y moral puede llegar a provocar la alta emoción, y la alta amenidad, del arte y del conocimiento. Pero el hombre común de hoy está cansado de enigmas, y en cuanto a la emoción y amenidad estéticas, los otros bufones las proporcionan más baratas, cómodas y bonitas..."





ENTRE LÍNEAS, Luis Landero, 1996


He aquí unas palabras de un profesor de literatura y un gran escritor : LUIS LANDERO que, con su personaje Manuel Pérez Aguado , profesor, lector y escritor ,va desgranando sus peripecias vitales a través del discurso autobiográfico ( " Nací hace hoy 42 años. Buscando para mí una vida paralela, como las que diseñó Plutarco, no sabría cuál elegir. Tuve una vida oscura, algún destello singular: fui músico, ejercí oficios varios, escribía encorvado y secreto, estudié letras superiores, viví un tiempo en París...Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo, y cuyo símbolo encomiendo a una encrucijada de caminos locales; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiamo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños...")
Como Landero dice refiriéndose a Manuel : "Quizá la única nota pintoresca en él sea precisamente el hecho de ser profesor de literatura en estos tiempos". Y como Manuel, los profesores de literatura nos identificamos en muchas ocasiones con el protagonista de El castillo de Kafka: un agrimensor que no ha sido llamado y cuyos servicios no son tampoco necesarios, pero que sin embargo, está ahí: gravoso, obstinado y absurdo.
A pesar de todo, estamos y estaremos ahí con nuestros alumnos que, algunas veces, nos miran sorprendidos , apresados en algún verso o fragmento en medio de cualquier mañana, porque "la literatura se aprende" y nos prende para siempre .

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